En los casos leves, el ceremonial parece tan sólo la exageración de un orden habitual y justificado, pero la extremada minuciosidad de su ejecución y la angustia que trae consigo su omisión le dan un carácter obsesivo. Para aquél que los lleva a cabo carecen de significación, no sabe porqué los tiene que hacer pero no puede dejar de hacerlos.
Si interrumpe o altera el orden del ceremonial cae preso de una gran angustia que le obliga inmediatamente a recomenzar y a desarrollarlo al pie de la letra.
Como he señalado, estos actos ceremoniales afectan a actividades cotidianas y básicas como vestirse o desnudarse, acostarse, satisfacer las necesidades fisiológicas, complicándolas y retrasándolas.
Por ejemplo, en un caso de TOC, al acostarse tenía que colocar la almohada en una posición concreta, la silla también en una posición determinada al lado de la cama y poner sobre ella la ropa doblada de una cierta manera y en un orden establecido. Otro paciente, también antes de acostarse debía colocar el reloj, las gafas y el lápiz, mirando hacia la ventana, si no, no podía dormir. Así se sentía protegido.
Habitualmente, en los pacientes con TOC, tanto las obsesiones como las prohibiciones (tener que hacer lo uno, no deber hacer lo otro) recaen, al principio, tan solo, sobre las actividades solitarias, no afectando durante años, su conducta social, por lo que estas personas pueden considerar durante mucho tiempo su enfermedad como un asunto estrictamente particular y ocultarlo totalmente.
Se trata en todos los casos de una obediencia a preceptos insensatos o una observación de misteriosas inhibiciones. Pero todos estos actos obsesivos, hasta los más insignificantes, poseen pleno sentido y reflejan por medio de un material indiferente los conflictos de la vida, la lucha entre las tentaciones y las coerciones morales, un deseo inconsciente rechazado y los castigos y penitencias por haber deseado eso.