A partir de la década de los 80 del siglo XX, con la aparición de una nueva especialidad médica, la Psiconeuroinmunología, se empieza a investigar qué papel juegan los factores psíquicos en la en la modulación de la función inmunológica, de la reacción inflamatoria o de la respuesta neuroendocrina que están implicadas en el desarrollo de todas las enfermedades. En el año 2001 la OMS (Organización Mundial de la Salud) publica un comunicado en el que advierte de la participación de la depresión en la etiología de un número importante de enfermedades orgánicas.
Es decir, se empieza a pensar que la depresión, no sería una consecuencia de la enfermedad orgánica si no que estaría en el origen de su desarrollo.
Hay un gran número de estudios que demuestran que en la depresión se produce un aumento de la producción de diversas sustancias que favorecen el desarrollo de reacciones inflamatorias, lo que puede jugar un papel importante en el comienzo y el curso de enfermedades como por ejemplo la cardiopatía isquémica, la osteoporosis, la artritis reumatoide, la diabetes mellitus tipo 2, la enfermedad de Alzheimer, ciertos procesos linfoproliferativos como el mieloma múltiple, los linfomas no Hodking o las leucemias linfáticas crónicas.
Por otra parte también la depresión provoca otras alteraciones inmunes que pueden tener consecuencias para la salud.
Como vemos en la depresión se producen fenómenos de suma importancia en el desarrollo y evolución de enfermedades orgánicas.
Estos datos nos hablan del papel de la depresión en el desarrollo de la enfermedad y no de la depresión como reactiva a la enfermedad orgánica, que es lo que se ha venido pensando.
Tratar la depresión sería una manera de prevenir el desarrollo de enfermedades orgánicas y si éstas ya se han desarrollado el tratamiento de la depresión subyacente también sería importante para una mejor evolución o incluso curación de la enfermedad orgánica.