Dra. Pilar Rojas

Psicoanalista
Médico especialista en Reumatología
Medicina de Familia y Enfermedades Psicosomáticas

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Para el Psicoanálisis no existe la “pareja perfecta”, todo armonía. La ilusión de la “media naranja” se desprende del mito de Aristófanes que Platón recoge en el diálogo El banquete. Este mito plantea que habría existido un ser completo, esférico, que poseía los dos sexos y que se escindió. Desde entonces cada mitad busca afanosamente a la otra.

Como vemos, la manera en la que se concibe el amor depende de una escritura, se ama según los libros escritos. Así, la Dama, la mujer del amor cortés, cuyo único propósito es dejarse amar, fue una producción de los trovadores. Él ama y ella es objeto de su amor, se deja amar. Ella, durante siglos, ha sacrificado todo por amor, para ser amada. Como señala la escritora feminista Betty Friedan, podríamos decir, el amor es el opio de las mujeres.

Pero con la escritura que funda el campo psicoanalítico Ella se pregunta por su deseo. La muñeca inanimada de los trovadores, cobra vida y comienza su andadura como mujer deseante. Una mujer que más allá de preocuparse por ser amada, tarea en la que había empeñado hasta entonces su vida se hace responsable de su deseo, de su capacidad de gozar, de amar, de producir: Mujer sujeto.

Por otra parte, para amar se necesita a una persona a la que se le pide que nos ame. Una persona que se elige de forma narcisística (por un rasgo en el que nos reconocemos) o de forma de apoyo o anaclítica (un hombre o una mujer que nos recuerda a nuestra madre o a nuestro padre), en cambio para desear no se necesita de ninguna persona. Porque al objeto del deseo no se le pide nada, pero al objeto del amor se le pide amor. Cuando en las parejas aparece la frase “te amo, te amo, pero no me alcanza”, es que se trata del deseo. Hay parejas que se separan porque no pueden incluir el deseo en la relación, “nos amamos locamente, pero nos tenemos que separar”.

El más alto grado de humanidad es el deseo porque para desear hay que estar en el mundo, haber renunciado a la sexualidad infantil, mientras que para amar no es necesario, se puede demandar amor y, en realidad no hacer otra cosa que demandar amorosamente a la madre, el primer amor de cualquier humano. El deseo es lo propiamente humano por estar ligado a la palabra.

 

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Acceder a una sexualidad humana requiere un trabajo: construir la diferencia. Somos semejantes pero diferentes. Hombres y mujeres somos semejantes, humanos, pero diferentes y cada uno de nosotros somos semejantes y diferentes a los otros, no hay dos humanos iguales. Incluso diferentes a nosotros mismos, porque no siempre somos iguales.

La construcción de la diferencia es la construcción de la sexualidad humana, de los significantes que nos estructuran: padre, madre, hombre y mujer. Una sexualidad que acontece en dos etapas, separadas por un periodo de latencia, lo que nos diferencia del resto de las especies. En la primera etapa, que se denomina sexualidad infantil, accedemos al significante padre y al significante madre (hay padres y hay madres, podríamos decir). Esta sexualidad se funda como reprimida, es decir, cuando se reprime la sexualidad infantil es cuando queda fundada como tal. Una sexualidad infantil que podríamos llamar masculina, aunque en realidad es sin sexo, porque no existe la diferencia.

Después de esta represión sobreviene el periodo de latencia que termina con la metamorfosis de la pubertad, la segunda etapa, donde se accede al significante hombre y al significante mujer, lo masculino y lo femenino. Y es precisamente con la introducción de lo femenino, en cada sujeto, más allá de su sexo anatómico, que se establece la diferencia: hay hombres y hay mujeres, diferentes. Y lo que la diferencia viene a establecer es que somos sujetos sexuados.

Una sexualidad del siglo XXI sería aquella que incluye la diferencia. Pero curiosamente, en la vida cotidiana, parece que existe una dificultad en aceptar las diferencias. Vivimos en una sociedad que demoniza las diferencias, se pretende un mundo globalizado donde todos seamos iguales, pensemos igual y actuemos igual, todos cortados por el mismo patrón, que además es la ideología del estado, que programa la vida de los sujetos.

Aceptar la diferencia no es fácil ni difícil, es un trabajo continuo pero también es un trabajo no aceptarla y volver para permanecer en la sexualidad infantil. Cuando no se acepta la diferencia, cualquiera que ésta sea, quiere decir que se permanece en la sexualidad infantil, algo que además produce síntomas, porque cualquier inhibición en la creación, en el trabajo, en las relaciones con los otros, en las relaciones genitales, tiene que ver con la sexualidad infantil.

Y en general hombres y mujeres tiene sus propios padecimientos en su permanencia en la sexualidad infantil.
Ellos padecen de no poder amar a quien desean y de no desear a quien aman. También son propensos a desear a la mujer que otro desea o son propensos a perjudicar a un tercero, por lo cual sólo se sienten atraídos por mujeres que tiene pareja. Prefieren mujeres que suponen de moral relajada o denigradas para poder salvarlas haciendo que sean madres.

Ellas son invadidas por una gran agresividad y odio cada vez que gozan. Cuando gozan también sufren de locura moral. Y aman la sexualidad clandestina, que es uno de los goces femeninos, hasta tal punto que en algunos casos cuando les está permitida ya no se interesan. Son apasionadas como novias o amantes, Cuando hacían el amor a escondidas ¡un goce inigualable!, llegan a decir. Cuando se casan o tienen una relación estable ya no siente nada, la sexualidad permitida no les interesa. Su goce pasa por lo clandestino, lo prohibido.

Cuestiones morales, ideológicas y de la propia constitución del sujeto, todas ellas inconscientes que determinan la sexualidad humana. Para poder pensarla, para alcanzar una sexualidad del siglo XXI el pensamiento psicoanalítico es decisivo.

 

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